Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

martes, 1 de abril de 2014

La guerra de las piedras

El escritor Pep Coll evoca el periplo andorrano de su padre durante la Guerra Civil en Giranto, volumen que reúne los relatos de la Trobada d'escriptors al Pirineu de 2010; Albert Villaró también incluye la experiencia paterna en el infame campo de Argelés en su aportación al volumen colectivo.

Fue uno de los centenares, quien sabe si miles de hombres y mujeres para quien Andorra se convirtió en sinónimo de libertad. Y no hablamos ahora de los fugitvos de la Europa ocupada por los nazis, de quienes se han ocupado -y estupendamente, por cierto- desde Claude Benet (Guies, fugitius i espies) hasta Rosa Sala Rose (La penúltima frontera) i Roser Porta (Andorrans als camps de concentració nazis), sino de los que huían, ay, de la España republicana durante la Guerra Civil. Por motivos diversos: por temor a las represalias de los incontrolados -ya saben, los héroes de Ken Loach y compañía- o simplemente para no convertirse en carne de cañón... El padre de Pep Coll (Pessonada, 1949) fue de estos últimos, y el novelista del Pallars (L'abominable crim de l'Alsina Graells) evoca la jornada andorrana de su progenitor en Giranto: relats pirinencs sobre la memòria històrica, la colección de relatos de la Trobada d'escriptors al Pirineu que tuvo lugar en 2010 en Valls d'Àneu, en el Pallars Sobirà (Lérida). Coll sénior y otros tres compañeros se largaron el 26 de julio de 1936 de Pessonada -de donde era el Ciscu que delató a la Pastora, el maquis hermafrodita, pero esto lo veremos otro día- y guiados, má o menos, por un tal Baldomero de Torallola -un pastor reconvertido enpasador que cobraba sus servicios a cien duros por barba- se plantaron en tres jornadas en Salau, a punto de dar el salto a la vecina Arieja: Francia, la (supuesta) salvación. Pero no: les esperaba el campo de concentración, ejemplo de la proverbial hospitalidad francesa. Coll y sus amigos sólo resistieron un mes, antes de largarse de nuevo, esta vez con destino a Andorra. Instalado en el hotel Peres (¿Pyrénées?) de la capital, se dispuso a busca trabajo de mozo, con la mosca tras la oreja porque sólo le quedaba dinero para una semana. Mal asunto en un país que -como recuerda Coll hijo- "era en aquella época más miserable incluso que el Pallars y donde lo que sobraba era precisamente mano de obra de refugiados de la guerra de España".

Pep Coll evoca en Les dues guerres del meu pare la huida del pueblo natal, Pessonada, al estallar la Guerra Civil, el paso a Francia y la llegada a Andorra, donde residió hasta abril de 1939 y donde encontró trabajo gracias a su dominio de la técnica de la piedra seca. Fotografía: Àlex Lara / El Periòdic d'Andorra.
Albert Villaró (Els ambaixadors) firma Patrimonis, uno de los veinte relatos del volumen colectivo Giranto. Fotografía: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

Pero la suerte le sonrió una mañana en la Massana, cuando se topó con los hombres de casa Martí de Anyós levantando un muro de piedra seca: ¡su oficio, nada menos! "Se acercó, les dio los buenos días y se puso a construir la pared con ellos". La terminaron en cuatro días. Pero aquella buena gente no se podía permitir el lujo, dice Coll júnior, de mantener un mozo, "y menos todavía en invierno". Aunque le hicieron un último favor: recomendarlo a casa Capdevila, una de las más grandes del pubelo y donde fue acogido gracias a la generosidad del hereu, que incluso lo hizo dormir en su misma habitación. Y allí se quedó los 18 meses siguientes, hasta que la Guerra Civil terminó, en abril del 39, y regresó a Pessonada. Col evoca también la dura vida del progenitor como constructor de paredes -secas o no- y extrae de todo ello una alta lección de humanidad: "Gracias a una pared de piedra encontró un techo en los valles fríos e inhóspitos de Andorra. El padre, luchador infatigable en la dura guerra de las piedras, había comprendido que cada persona tiene que construir algo... sin pensar si su obra resisitrá el paso del tiempo; lo tiene que hacer aunque solo sea para darle algo de sentido a su vida".

'Allez, allez'
El periplo de Coll padre "De la otra guerra, la que aparece en los libros de Historia, el hombre se enorgulleció toda su vida de haber desertado"- no es el único toque andorrano (o cercanías) de Giranto. Albert Villaró combina en Patrimonis la anécdota personal -fue vecino, puerta por puerta, de la viuda de Guillem de Plandolit, el fotógrafo, en el número 1 de la calle de Sant Ot de la Seo- con la profesional, al recordar el triste destino de los trastos de Plandolit al morir su viuda, en 1972: "El Quierdo, un vecino de la calle del Carme que vendía sacos de serrín hizo no sé cuántos viajes con la carretilla hasta la Palanca, y vació en el río [Segre] sacos y más sacos llenos de pergaminos. Treinta años después, como los restos del naufragio que vuelven a la playa, llegaron al archivo [de la Seo ,donde el novelista trabajaba entonces] una parte de los miles de fotografías que don Guillem había sacado entre 1900 y 1932..." Conviene añadir aquí que otra parte de este monumental legado forma hoy parte de los fondos fotográficos del Archivo Nacional de Andorra.

El relato de Villaró incluye, en fin, un (probablemente) involuntario giro de justicia poética: resulta que el padre del autor de Els ambaixadors, veterano -él, sí- de la Guerra Civil, fue uno de los miles de refugiados republicanos que fueron a parar al campo de Argelés. También él se quedó con la hospitalidad gabacha: "Recordaba siempre a los senegaleses que vigilaban el campo que decían continuamente 'Allez, allez', y que amenazaban con pegar un bastonazo al que no obedecía co la debida rapidez". La sutil, fría y dulce venganza se hizo esperar, pero llegó. Años después, dice Villaró, cuando turistas franceses entraban en la pastelería paterna en la calle Mayor de la Seo y pretendían pagar con francos, "los echaba de la tienda al grito de 'Allez, allez'".

Giranto se completa con una veintena de relatos más. Atención, porque entre los autores del volumen hay más de una y más de dos estrellas de la literatura catalana contemporánea, desde Jaume Cabré (Poldo) hasta Maria Barbal (Fadrins) y Joan daniel Bezsonoff (Els camins obscurs de la romanística), sin olvidarnos del coordinador del volumen y alma de la Trobada, Ferran Rella, que firma Angelets, relato que transcurre en Giranto, el prado de València d'Àneu donde las tropas franquistas fusilaron al final de la Guerra Civil a una decena de vecinos de Isavarre. Rella reconstruye en clave de ficción un episodio que considera paradigmático de la represión y de la recuperación de la memoria histórica... si se nos permite en este último caso el oxímoron.

[Este artículo se publicó el 1 de agosto de 2011 en El Periòdic d'Andorra]

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