Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

martes, 4 de marzo de 2014

Vuelve, ay, la leyenda negra

Rosa Sala Rose y Plàcid Garcia-Planas se sumergen en el lado más oscuro de los pasadores en El marqués y la esvástica: en las librerías el 19 de marzo.

Ay, ay, ay... ¿Le suenan al lector aquellos inquietantes, malditos reportajes sobre la leyenda negra de los pasadores que Reporter -revista española en la línea de Interviú, pero de vida mucho más efímera- propaló hacia 1977 y que, dicen los que lo recuerdan, levantó una considerable polvareda, secuestro de ejemplares incluido? Pues bien: la historadora Rosa Sala Rose y el periodista Plàcid Garcia-Planas tienen a punto, pero muy a punto -el 19 de marzo llega a las librerías- El marqués y la esvástica (Anagrama), un tocho de medio millar de páginas y alguna más- que amenaza con retomar el hilo allí donde lo dejó Reporter, con la publicación de los documentos que dieron lugar a la dichosa serie de reportajes y reconstruyendo con pelos y señales -y con nombres y apellidos- los nombres de las víctimas y, glups, de los verdugos de la leyenda negra, según un extenso artículo consagrado al libro que La Vanguardia avanzaba el sábado.

El volumen de Sala y Garcia-Planas, publicado por Anagrama, llega el 19 de marzo a las librerías. Fotografía: Archivo.

El supuesto marqués del título -de Cagigal, nada menos- es César González Ruano, uno de los grandes nombres del periodismo español de posguerra -por lo menos, hasta ahora- que según los autores se dedicó durante su estancia en el París ocupado por los nazis a extorsionar sin contemplaciones a incautos judíos que huyendo de la deportación iban a caer en sus garras con el anzuelo de gestionarles la huida por los Pirineos. Sala y Garcia-Planas, en fin, tiran del hilo apuntado en 2002 por el anarquista Eduardo Pons Prades y acaban documentando la deriva andorrana del tráfico de hombres -matanzas incluidas- en que González Ruano se involucró.

El autor de Mi medio siglo se confiesa a medias -¡y tan a medias!- es el gran protagonista de El marqués y la esvástica. Pero entre los muchos secundarios que pululan por el libro figura cierto pasador catalán posteriormente naturalizado andorrano que con la derrota de Hitler y desde el bar La Rambla de Hospitalet (Barcelona) gestionó el billete de huida jerifaltes nazis de segunda fila como el colaboracionista francés Georges Delfanne, alias Masuy, "sádico gestapista conocido por la invención del suplicio de la bañera". En fin, que El marqués y la esvástica dedica nueve capítulos y casi un centenar de páginas a hurgar en la leyenda negra, sección andorrana, así que la cosa promete dar más de un disgusto -además de aportar algo de luz a las investigaciones pioneras de Claude Benet (Guies, fugitius i espies), Roser Porta y Jorge Cebrián (Andorrans als camps de concentració nazis) i Josep Calvet (Las montañas de la libertad).

Un capítulo como es sabido especialmente opaco, por el que los historiadores han pasado tradicionalmente de puntillas, no fueran a pisar algún inoportuno callo, y que cuenta con escasísimos testimonios de primera mano: Joaquim Baldrich contaba el episodio en que dos pasadores aragoneses le mostraron en el Pic Negre los cuerpos semienterrados de dos parejas que habían liquidado por dinero -"Primero se tiraron a las mujeres y luego los mataron a los cuatro", explicaba todavía indignado 60 años después- y José Bazán recuerda en sus memorias el caso de tres jóvenes fugitivas que en 1942 fueron encontradas muertas en la zona entre Ràmio y Entremesaigües: "Todo el pueblo de Escaldes se concentró en el cementerio. Debían matar a sus familias y ellas huyeron, pero acabaron muriendo de frío y de agotamiento. Las enterraron en el suelo, con unas sencillas cruces de madera pero sin nombre, porque no los sabíamos. Y con una muda indignación porque sospechábamos que los culpables de aquellas muertes estaban entre nosotros, simulando la pena que a todos nos embargaba", apuntaba el mismo Bazán en 2008 con motivo de la presentación de Jo, un nen de la guerra.

De hecho la leyenda negra se ha alimentado històricamente antes de rumores que de hechos probados. Uno de los escasos episodios documentados de guías que liquidaron en la montaña a sus fugitivos es el del también aragonés Lázaro o Lazare Cabrero, que el mismo Calvet exhuma en La batalla del Pirineu y Francis Aguila retoma en Les cols de l'espoir. Este tal Cabrero, que trabajaba para el grupo de Ponzán, condujo en noviembre de 1943 a un grupo de cinco fugitivos entre Tarascón y Andorra. Por el camino se quedó uno de ellos, el periodista y militante socialista Jacques Grumbach. Con la mala suerte -para Cabrero, claro- de que en 1949 y durante un levantamiento geológico del pico des Aigles va y aparecen los restos de Grumbach. En 1953 le abren proceso en Foix, acusado de la muerte del periodista. Él alegó que efectivamente le disparó, pero porque viajaba herido y entorpecía peligrosamente la marcha de la expedición. Con el mismo argumento -evitar que las patrullas alemanas los localizaran- justificó (?) la sustracción de la documentación y de los 7.000 francos que Grumbach llevaba encima. Lo más sorprendente de todo es que el tribunal de Foix le creyó y le absolvió. Pues por lo que parece, casos como este hay unos cuantos más. Y los encontraremos a partir del 19 de marzo en El marqués y las esvástica. Después de 70 años, quince días más de paciencia no son nada.

[Este artículo se publicó el 4 de marzo de 2014 en El Periòdic d'Andorra]

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