Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

martes, 30 de junio de 2015

El secreto más negro del Montmantell

Localizamos en el Archivo Nacional localiza la visura de los tres aviadores norteamericanos fallecidos en octubre de 1943 en la Massana cuando intentaban llegar a Andorra; una expedición organizada por Geert van den Bogaert, guía de los campos de batalla de Normandía, reconstruirá a partir del 4 de julio el periplo de uno de ellos, Francis E. Owens; llegarán a Andorra el 9 de julio, y dos días después le rendirán homenaje en el cementerio militar de las Ardenas, donde sus restos descansan desde 1950. 

Visura levantada por el secretario del Consell General, Bonaventura Riberyagua, el 12 de junio de 1944, donde deja constancia del descubrimiento de los cuerpos de los tres aviadores norteameicanos en "la montanya denominada Montmantell, territorio de la parroquia de la Massana". Después de registrarlos sin encontrarles en los bolsillos más que una foto "que semble que es la torre Eiffel de París" y dos francos franceses, concluye que los cadáveres habían sido expoliados.  A causa del mal estado de los cuerpos -los tres hombres habían muerto en octubre de 1943, ocho meses antes- Riberaygua concluye que "no puguerem baixar-los com ere ordenat, per quan  no s'haguere pogut agüantar la mala olor que feien". Fuente: Fondo Tribunal de Corts / Archivo Nacional de Andorra.
Acta firmada por el batlle episcopal, Anton Tomàs, el 12 de septiembre de 1944, tras la inhumación de "tres cadavers momificats" en el cementerio de Arinsal, "con asistencia del reverendo ecónomo de la Massana, mosén Jaume Martí. El batlle concluye que se trata de los tres cuerpos "apareguts a la montanya de Montmantell i als que es refereix el precedent raport del cap de Policia de les Valls, ambdata del 14 de juny del corrent any". Fuente: Fondo del Tribunal de Corts / Archivo Nacional de Andorra.

El cónsul de los EEUU en Barcelona, James E. Brown Jr, comunica al Ilmmo. y Revdmo Obispo de Seo de Urgel que en fecha próxima -él escribe el 13 de octubre de 1950- se personará en Andorra un denominado Grupo de Búsqueda y Recuperación del 7887 Graves Registrations Detachment con sede en Lieja, con el objetivo "de hacerse cargo de los restos de varios soldados norteamericanos de cuya desaparición se dio cuenta en los meses de octubre y noviembre de 1943". El cónsul solicita información sobre "que permiso debe obtenerse, caso de ser necesario alguno, y de aquellas autoridades que ejerzan las funciones de un Ministerio de Sanidad en Andorra", así como de las "leyes sanitarias de Andorra y españolas, i es que existen, a las que debe darse cumplimiento durante la evacuación de los restos desde Andorra". Fuente: Fondo del Tribunal de Corts / Archivo Nacional de Andorra.
Su Señoría Ilustrísima Perdo Pujol, presbítero, informa a Don Jaima Martí y Sanjaume, cura ecónomo de la Massana, que ha sido concedido el permiso al Destacamento de Registro de Sepulturas 7887 del Ejército de los EEUU para la exhumación de los restos del teniente segundo Harold B. Bailey, del sargento Francis E. Owens, y del sargento técnico William B. Plaskett, "desaparecidos en el otoño de 1943 y cuyos cadáveres fueron encontrados en el monte de Arinsal en la primavera de 1944". Fuente: Fondo Tribunal de Corts / Archivo Nacional de Andorra.
Informe fechado en Andorra la Vella el 8 de noviembre de 1950 y firmado por el Grupo de Búsqueda destacado a Andorra, compuesto por Hermann Hilljegerde y su intérprete, Bruno Grava, dando cuenta de la exhumación "d'une tombe commune dans le cimetière d'Arinsal, comprenant 3 corps, qui apres son identification se sont revélés les corps des soldats appartenant à l'Armée Américaine". La nota concluye con la declaración que Hilljefgere y Grava se hacen cargo de los cuerpos por cuenta del Graves Registration Detachment. Fuente: Fondo Tribunal de Corts / Archivo Nacional de Andorra.


Informe de la exhumación practicada en Arinsal el 8 de noviembre de 1950, tras la cual el Graves Registration Detachment recupera los cuerpos de los sargentos Plaskett (número de matrícula 12011015) y Owens (33303393), así como del subteniente Bailey (0-793276). Son las dos últimas páginas del expediente del caso. Fuente: Fondo del Tribunal de Corts / Archivo Nacional de Andorra. 




Fotografías del sargento Francis E. Owens, natural de Pennsilvania, artillero de cola del B-17F 42-29928 del 381º Grupo del 353º Escuadrón de bombarderos de la Fuerza Aérea norteamericana, abatido sobre La Coulonche el 4 de julio de 1943. 

Tumba de Owens en el cementerio militar de las Ardenas.

"A les set hores [...] varem arribar al lloc hont es trobave el primer [...] Vestie un traje blau-mari. cabel ros i calçave sabates baixes de color negre; al seu costat, sobre duna roca, hi habie un barret de panyo color marró". Es el 12 de junio de 1944, y quien esto escribe es Bonaventura Riberaygua, secretario del Consell General i jefe de la policía. Siguiendo las indicaciones del batlle episcopal, Anton Tomàs, aquel día había subido "a recullir tres homens morts a la montanya denominada Montmantell, territori de la parroquia de la Massana", con el agente Benazet "i dotze homes manats per el Sr. Capità de la citada parroquia".

La visura que reproducimos aquí arriba, conservada en el fondo del Tribunal de Corts en proceso de catalogación en el Archivo Nacional y que constituye un documento excepcional -nunca hasta ahora se había publicado el acta de las víctimas de una expedición de fugitivos de la II Guerra Mundial- no nos dice los nombres de los tres "homens morts". Pero por la documentación adjunta -una carta del cónsul de los EEUU en Barcelona que le anuncia al "Ilmo. y Revdmo. Obispo de Seo de Urgel" la inminente llegada de una delegación del 7887 Graves Registration Detachment, la unidad del ejército norteamericano que en la época se encargaba de localizar los restos de los soldados yanquis muertos en Europa durante la contienda, y el acta de exhumación de los cuerpos, fechada el 8 de noviembre de 1950- sabemos que se trata del subteniente Harold B. Bailey y de los sargentos Francis E. Owens y William B. Plaskett, muertos en el pico de Montmantell -y no al cruzar el Port del Rat, como creíamos hasta ahora- el 25 de octubre de 1943, cuando intentaban ganar Andorra desde la localidad de francesa de Suc. 

La odisea con final luctuoso de estos tres militares la apuntó Claude Benet hace un par de años en un suculento artículo publicado en la revista Portella, y la recordábamos ayer a cuenta del singular proyecto impulsado por el Geert van den Bogaert, guía belga especializado en los campos de batalla de Normandía que entre el 4 y el 12 de julio reconstruirá el periplo que llevó a Owens -artillero de cola de un B-17 del 533º escuadrón de bombarderos de la USAF abatido el 4 de julio de 1943 sobre la Couloche, al noroeste de Francia- a morir en este rincón de mundo nuestro: el 9 de julio, procedente del lago de Soulcem, en la Arieja francesa, llegará a Arinsal la expedición, en que participan una sobrina y una sobrina nieta de nuestro hombre. Al día siguiente partirá rumbo a Barcelona, donde será recibida por el cónsul británico, e inmediatamente después, a las Ardenas, donde el sargento fue finalmente inhumado.

Pero regresemos con el secretario Riberaygua a, 12 de junio de 1944. En aquel primer cadáver no encontraron nada más que unas fotografías "mitg borrades entre les quals nhi ha una que sembla que és la torre Eiffel i una cadeneta molt senzilla amb una petita medalla que duia al coll". Un centenar de metros más arriba localizan el segundo de los cuerpos: los bolsillos, al revés y desgarrados, la hacen sospechar que lo habían registrado de arriba abajo; igual que al tercero, que aparece a unos 300 metros, "sense cap mena de documentació ni paper, únicament una moneda de dos francs francesos". El caso es que Owens, Bailey y Plaskett habían muerto ocho meses antes, cuando los dos primeros tomaron la heroica decisión de cargar al sargento Plaskett, derrengado. Heroica y también suicida, porque dejaron el pellejo en  el intento. Se entiende, por lo tanto, la durísima apreciación con que el secretario Riberaygua concluye la visura: "Estant els tres amb llastimós estat, no puguerem baixar-los com ere ordenat, per quan no s'haguere pogut agüantar la mala olor que feien". Glups.

La USAF entra en acción
Los cuerpos de los tres hombres quedaron por lo tanto en la montaña hasta el 12 de septiembre, cuando el batlle Tomàs levanta acta de la inhumación en el cementerio de Arinsal "de tres cadàvers momificats (...) els mateixos cadàvers apareguts a la montanya de Montmantell". Como se ve, ni el secretario ni el batlle consignan los nombres de los militares. Para identificarlos habrá que esperar -lo hemos visto- hasta octubre de 1950, cuando el Graves Registration Detachment comunica a los servicios del Obispo la intención de enviarnos "un grupo de búsqueda y recuperación" con el objetivo de "buscar y hacerse cargo de los restos de varios soldados americanos de cuya desaparición se dio cuenta en los meses de octubre y noviembre de 1943 durante una tentativa de pasar de Francia a España a través de Andorra". Y así fue: el 8 de noviembre aterrizan aquí arriba -o abajo, o abajo- Hermann Hilljegerdes, miembro del Detachment, y su intérprete, un tal Bruno Grava, y proceden -dice el acta, que se conserva con el dosier del caso- "a la exhumacion de una tumba común en el cementerio de Arinsal donde aparecen tres cuerpos que, después de ser identificados, corresponden a soldados del ejército norteamericano, según informes de la desaparición de estos tres hombres en otoño de 1943".

Se trata, claro, del navegante Bailey, con número de matrícula 0-793276; del operador de radio Plaskett (12011015), y de nuestro Owens (33303393). El primero tuvo la mala suerte de saltar en paracaídas cuando su bombardero fue tocado en un raid sobre el aeródromo de Le Bourget, cerca de París. Fue el 16 de agosto de 1943, y decimos que tuvo mala suerte porque el piloto logró finalmente controlar el B-17 y conducirlo hasta Inglaterra -¡oh, los blancos acantilados de Dover! Fue inhumado en su localidad natal, Lancaster (Carolina del Sur); Plaskett, en fin, se lanzó en paracaídas el 6 de septiembre del mismo año cuando su avión se quedó sin combustible a la vuelta de una incursión sobre Sttugart. Fue enterrado en Salem, Nueva Jersey. Para los detalles del periplo que los acabó conduciendo hasta su tumba helada de la montaña de Montmantell, pinchen en La muerte espera en el port del Rat. Y todavía más, en la reconstrucción de aquellas fatídicas jornadas del otoño de 1943 a cargo de Warren B. Carah, hijo de un antiguo compañero de tripulación de Owens -con mejor fortuna que él: sobrevivió a la guerra.

[Este artículo se publicó el 30 de junio del 2015 en el diario Bon Dia Andorra]

sábado, 27 de junio de 2015

Lluís Solà: el último pasador lo cuenta (casi) todo

Excombatiente republicano, exiliado en Francia, internado en el campo de Arles sur Tech, de donde se fugó para ser repatriado y deportado al penal gaditano de Isla Saltés, y huido de nuevo a Andorra, adonde llegó a finales de 1939, Lluís Solà evoca a sus 99 años su peripecia como contrabandista y guía durante la II Guerra Mundial, así como su amistad con Marcel·lí Massana y Ramon Vila, Caracremada, los últimos maquis antifranquistas.
[Lluís Solà murió el 1 de julio de 2015 en Andorra la Vella; nos cuenta su nieta, Regina Solà, que esta crónica fue una de sus últimas lecturas, y que se sentía especialmente satisfecho del resultado. Que la tierra le sea leve.]

Solà, en agosto de 2014 en Andorra la Vella, donde reside. Fotografia: Archivo Familia Solà.


Foto de carnet tomada probablemente durante la Guerra Civil. Fuente: Archivo Familia Solà.

Carnet de antiguo combatiente expedido por la oficina francesa de veteranos y víctimas de guerra, válido para el período comprendido entre junio de 1982 y junio de 1983. Fuente: Guies, fugitius i espies / Archivo Familia Solà.



Normalmente, a sus fugitivos los acompañaba hasta Josa del Cadí (Lérida), donde se hacía cargo de ellos el siguiente tramo de la cadena, que los conducía hasta el consulado británico de Barcelona. Eran grupos de siete u ocho: "así es como pasé a muchos polacos", dice Lluís Solà (Santa Eulalia de Lluçà, Barcelona, 1916), vecino de Andorra la Vella y el último superviviente de la estirpe de los pasadores. Gente de una pieza, poco dada a los alardes -recuerden los casos de Forné, Baldrich, Molné o Català- y que mantuvo casi hasta el final el silencio más absoluto sobre sus gestas. En fin: el caso es que en aquella ocasión modificó, a saber  por qué, el procedimiento habitual: el cliente era un aviador norteamericano derribado en los cielos de Francia, y decidió acompañarlo personalmente hasta el final del trayecto. Todo fue bien hasta Manresa, adonde llegaron en tren: como polizones, subidos a la cabina del guardafrenos, dice, y saltando justo antes de entrar en la estación, cuando el convoy empezaba a frenar. El plan era esperar en la misma estación la salida del primer tren para Barcelona: al aviador, que no hablaba una palabra de español, lo colocó en el primer vagón; él se subió al último. Y como pudo, recuerda, "le hice entender que si le pillaba la Guardia Civil, a él no le pasaría nada, pero que a mí me cortarían el cuello".

Hizo bien en advertírselo porque la cosa se torció enseguida. Solà sospecha que los delató algún chivato que los pilló en los servicios, cambiándose de ropa para la etapa final. El caso es que llegada la hora -"Muy pronto, no recuerdo si salía a las 6 de la mañana"- el tren no acababa de arrancar. Al cabo de un cuarto de hora, sacó la cabeza y lo que vio encendió todas las alarmas: su aviador se acercaba cada vez más... amablemente escoltado por la reglamentaria pareja: "Iban controlando a todo el pasaje. '¿Conoce usted a este hombre?', le preguntaron al americano cuando llegaron a mi altura. Él no dijo nada. Me pidieron la documentación, y todo estaba en orden. 'No pases cuidado', le dijo un guardia al otro, 'que ya hablará antes de llegar a Barcelona'".

Solá no se quedó para comprobarlo. Antes de que ganara velocidad, ya había saltado del tren marcha -lo que hay que hacer cuando uno se ve con un pie en el calabozo, especialmente si el calabozo es franquista. "No debieron verme, porque si hubiera sido así, me fríen a balas", deduce. Pues esta es la vez que más cerca estuvo de caer en su larga carrera como guía o pasador de fugitivos durante la II Guerra Mundial. Una trayectoria que ya habían apuntado Claude Benet en Guies, fugitius i espies -lo pone a las órdenes de Antoni Forné i de Francesc Viadiu- y también Josep Calvet en Las montañas de la libertad, y que el mismo Solà relató en una extensa entrevista hasta ahora inédita, recogida por su nieta, Regina, y a la que hemos tenido el privilegio de acceder. 

Como en tantos otros casos, el origen de su peripecia como pasador -del francés passeur, aunque ellos raramente se referían a sí mismos con esta palabra, sino más bien como guías- hay que rastrearlo en el oficio de contrabandista que empezó a ejercer al año de instalarse en Andorra. Y esto ocurrió a finales de 1939: se empleó de mozo con los masoveros de Casa Rebés. Venía de pasarlas de todos los colores: excombatiente republicano -voluntario de primerísima hora en la columna Acero Rápido, que combatió en el frente de Tardienta, Huesca, y perdió a un altísimo precio la ermita de Santa Quiteria: apenas sobrevivieron una treintena de los 150 hombre de la unidad-, fugitivo del campo de concentración francés de Arles sur Tech, capturado por la gendarmería y empaquetado en un tren hacia España, fue a parar al campo de prisioneros de Isla Saltés, en Huelva, donde tampoco lo pasó tan mal y de donde fue finalmente puesto en libertad. Volvió a casa, en Obiols (Barcelona), pero cuando Franco vuelve a llamar a filas a todos los quintos de los reemplazos del 35 al 42 él se planta y huye. A Andorra, con otro compañero y con la ayuda de cierto contrabandista que se negaba a cobrar por el trabajo y al que obligaron a aceptar 20 duros por sus servicios. Lo pasó mal, en sus primeros tiempos por aquí arriba, como sus compañeros de exilio: "Nos teníamos que esconder: los que tenían algo de dinero, en el hotel Espel de Escaldes o en el Pol de Sant Juliò; los que no, aunque tuviéramos trabajo no podíamos dejarnos ver demasiado". Solà tuvo la habilidad de ir encadenando faenas, pero esto no le evitó la inquina de cierto policía que le hizo la vida imposible y que por lo menos en dos ocasiones lo amenazó explícitamente: "'No te quiero ver más por aquí', me decía. No sé si porque era un refugiado republicano o si simplemente me tenía manía. En fin, me aconsejaron que me casara, porque así no me molestarían, pero la verdad es que hasta que terminó la guerra [mundial] nos sentimos perseguidos por la policía [andorrana] y por los gendarmes [franceses]".

Solà, en fin, debutó como paquetaire -o porteador- por cuenta de un tal Tarrés, de Sant Llorenç de Morunys (Barcelona): por llevar hasta esta localidad de la comarca del Solsonés un fardo con 35 kilos de tabaco de picadura le pagaban 300 pesetas; 500, hasta Berga: "¡Collons! Si yo ganaba 15 pelas diarias, y 10 o 12 se me iban en pagar la habitación y el plato en la mesa!" Así que no es de extrañar que en cuanto reunió un capital se instaló por su cuenta. El género lo colocaban en Avià o en cal Rosal. Y para amortizar algo  más la excursión, en el trayecto de regreso -un itinerario que transcurría por la mina de Coll de Jou, el Pi de les Tres Branques, Llinars, Sorribes, Gósol y Josa, antes de salvar la sierra del Cadí, cruzar por el puente de Arenys i desembocar en la Rabassa, Andorra- cargaban el fardo con lana. Cada expedición le reportaba, recuerda, un beneficio de entre 700 y 1.000 pelas. Añadamos aquí que quien con al poco tiempo se convertiría en su suegro se había dedicado al contrabando con cierta intensidad, dice, durante la Guerra Civil: "En la ida cargaban tabaco; a la vuelta, gente de derechas que querían huir a la zona de Franco a través de Andorra y de Francia. Con este negocio hizo bastante dinero".Y recuerda en este punto -otra muesca en la leyenda negra- el caso de cierto individuo -su viuda era la propietaria de la compañía de taxi para la que trabajó durante un tiempo- que se hizo rico durante la contienda traficando con lana... y con fugitivos de la zona republicana: a algunos de ellos los entregó, sostiene, a la Guardia Civil antes de llegar a Andorra. "Era una mala persona", concluye, y el consuelo es que lo liquidaron en la Palanca de Noves. 

Inquilino en la Tercera galería de la Modelo
Recibían una cantidad similar -unas 1.000 pesetas, la tercera parte de la tarifa de la cadena de Baldrich- por cada hombre que entregaban. Contaban con la complicidad de ciertas masías de la zona que, dice, "o bien eran gente de izquierdas o bien tenían un hijo en el contrabando y nos camuflaban: allí comíamos, descansábamos y comprábamos pan para el camino: la Casa Gran, lo llamábamos". Algunas de aquellas familias lo pagaron caro: Solà recuerda más de un caso en que la Guardia Civil les aplicó la infame ley de fugas. Los contrabandistas también se la jugaban: lo hemos visto en el caso de su topetazo en Manresa. Escapó por los pelos, pero la Guardia Civil liquidó sin contemplaciones, dice, a "tres o cuatro compañeros que pillaron por las montañas". Él mismo, en cierta ocasión en que se dirigía a la Seo con otros dos compañeros, oyó el sonido apagado de unos pasos en la nieve -una nieva muy oportuna, por otra parte. No les hizo falta más para abandonar allí mismo el fardo y largarse: "Pegaron tres o cuatro tiros, pero no sentí ninguna bala y no pasó nada, pero en el trayecto de regreso [en sus primeros años andorranos residió en Sant Julià de Lòria, donde se casó en 1942 con la hija de la casa donde se hospedaba] me rompí el dedo gordo de pie y estuve por lo menos un mes con bastón". Y sin contrabando, cabe pensar.

Para el anecdotario queda la cena que compartió en Ca la Castellar de Gósol con Marcel·lí Massana, en la última expedición como contrabandista que protagonizó el después celebre maquis catalán. El único, por cierto, que salió con vida de este asunto. Y Massana no desaprovechó la oportunidad de captarlo para su grupúsculo, en cuanto se hubo pasado al maquis full time: "'Si quieres unirte a mi grupo, siempre estarás a tiempo', me decía. Yo les respondía que tenía mujer y dos hijos y que por lo tanto debía de andar con ojo. Pero él no se daba por vencido: 'Lo que ganes con el contrabando, también lo tendrías...' Pero nunca intervine en nada con ellos, porque se jugaban del pellejo de verdad."

Ni el dedo gordo ni Massana son nada comparados con el episodio que puso el punto final a su carrera como contrabandista: fue en marzo de 1957, cuando ya ejercía de taxista a Barcelona y aprovechaba las carreras para bajar "un par de botellas de whisky, unos kilos de Rosly, en fin, cuatro cosillas". A los guardias de la aduana los tenía en el ajo -"Siempre dejaba cinco duros en el cenicero o en una cajetilla de cerillas dentro de la guantera"- pero aquel día, en la plaza de la Villa de Madrid de Barcelona, cuando estaba a punto de subirse el coche para emprender el camino de vuelta, "se presentaron dos señores: 'La documentación, haga el favor'. Lo tenía todo en regla, pero no sirvió de nada; iban a por mí". De la comisaría de la calle Lauria a la de Vía Layetana, y de aquí, fin de trayecto, a la tercera galería de la Modelo. Lo acusaban de distribuir propaganda contra el régimen -franquista, se entiende. No le encontraron nada que pudiera inculparle, pero lo mejor del caso es que los guardias burlados estaban en lo cierto: "Llevaba propaganda, sí, pero, ¿sabes dónde? Escondida entre las hojas de papel de fumar de aquellos libritos que se lamaban Jan; la escribía Ventura Armengol [el Mestre Orelleta, personaje conocido en la Andorra de los años 40 y 50, incluso antes]". Pero la broma le salió cara: el fiscal solicitaba para él cuatro años de prisión. Y se temía lo peor cuando una noche, al cabo de once meses, lo llaman: "'Coja usted la ropa o lo que sea y afuera'. No me dieron ninguna explicación. Eso sí, tuve que pagar 50.000 pesetas de fianza y otra 50.000 más al abogado: "En aquellos años, con este dineral hubiera podido comprar toda Andorra".

[Este artículo es una ampliación del que se publicó el 25 de junio de 2015 en el diario Bon Dia Andorra]

viernes, 26 de junio de 2015

Charney: duelo aéreo en 16 mm

El historiador Claudio Meunier lcoaliza en los archivo del escuadrón 602 de la RAF una película con una veintena de combates de pilotos de la unidad; entre ellos, Ken Charney, que el 14 de enero de 1944 se bate sobre Boulogne con Focke Wulff alemán y lo derriba: fue su cuarta victoria confirmada.


Tarjetones que preceden a cada registro para identificar al piloto de cada misión; estos dos corresponden a Charney, en un ataque contra un objectivo terrestre el 15 de diciembre de 1943, y en el derribo del FW el 14 de enero de 1944. Fuente: Ian Blair / 602 (City of Glasgow) Squadron Museum Assoiciation.
Informe de la misión del 14 de enero de 1944 en la zona de Boulogne-Hardin-Saint Pol; tomaron parte en ella 24 Sptifires pertenecientes a los escuadrones 602 y 132, al mando de Colloredo-Mansfield, desaparecido en combate. Charney destruyó su Focke Wulff 190, al igual que un piloto australiano apellidado Smith; Lumbrell y Paggett compartieron el deribo probable de un Messerschmitt 109, mientras que Yule y Boulinger dañaron el primero un Me 109 y el seguno, un FW 190. Fuente: Archivo Claudio Meunier.

Era lo que nos faltaba por ver: a Ken Charney en combate, y abatiendo con su Spitfire IX y sobre el cielo de Saint Pol, al noroeste de Francia, un Focke Wulff 190 de la Luftwaffe. Madre mía. Es una secuencia brevísima que se resuelve en diez segundos escasos: la persecución frenética, el cañón que dispara varias ráfagas, y el aparato enemigo que inicia lo que parece un vertiginoso picado que acaba -según el informe de combate de la misión- con el FW estrellándose sobre el suelo de la dulce Francia. Pobre piloto alemán, pero así es la guerra: era él o Ken, y ganó Ken. Como siempre.

Ya lo ven, un documento sensacional que el historiador Claudio Meunier, claro, localizó en los archivos del museo virtual del escuadrón 602 City of Glasgow de la RAF, en que nuestro héroe sirvió entre noviembre de 1943 y julio de 1944. Lo pueden visionar aquí mismo: http://www.602squadronmuseum.org.uk/exhibitions/videos/gun-camera.php. Cliquen, tengan paciencia hasta el 1' 24" y verán lo que es bueno. Tiene poco que ver, ya lo avanzamos, con la épica de Hollywood, y mucho -curiosamente- con un videojuego caótico y más bien primitivo donde el resultado parece depender más de la diosa fortuna que de la pericia. Aunque precisamente Charney debió de tener mucho de ambas, fortuna y pericia, porque sobrevivió como sabemos a cuatro años de guerra y logró en el ínterin o seis victorias confirmadas y, de paso, dos DFC. No está nada mal.

La que recoge la sensacional película de hoy debió de ser la cuarta que se anotaba, y se la cobró el 14 de enero de 1944 en  misión sobre la región de Boulogne y Saint Pol. El Spitfire de Charney formaba parte de una formación de 24 cazas procedentes de los escuadrones 602 y 132 -según el informe de combate localizado por Meunier- que aquella mañana despegaron con la misión de escoltar a 72 Marauders que se dirigían a bombardear la zona de Dieppe. La travesía del Canal fue tranquila, pero al llegar a las costas francesas, y divididos ya los cazas en dos secciones, aparecieron inmediatamente los cazas alemanes. La sección de Charney fue atacada por dos decenas de Mersserschmitt. Sin novedad. Fue mientras regresaba a la formación cuando nuestro hombre tropezó con el solitario FW. Con la buena suerte que la ráfaga que le disparó dio en el blanco: el aparato alemán, cuenta Meunier, voló invertido durante unos veinte segundos que para el piloto debieron de ser terroríficos y terminó estrellándose contra el suelo. Ni rastro, como vemos, de la temeraria táctica de embestir a la formación enemiga de frente que le valió en la campaña de Malta el sobrenombre de Caballero Negro. En aquella misma acción, en fin, los compañeros de Charney abatieron otros dos FW más un Me probable, y dañaron a otros dos Me. Pero también recibieron: el jefe del escuadrón, un tal Colloredo Mansfield -menudo nombre para un squadron leader- despareció en combate. Nunca más se supo. 

Lo cierto es que el puñado de frikis que colabora con Meunier ha localizado incluso el aparato que Charney pilotó aquella jornada: el Mk IX MJ147, que fue posteriormente asignado a diversos escuadrones canadienses y que después de la guerra fue vendido a Turquía. La sorpresa es que por lo visto se conserva más o menos íntegro en la Gran Bretaña, gracias a los desvelos de un coleccionista de parafernalia bélica. Impresionante, ¿verdad?

Por lo que respecta a la película, se trata de una filmación en 16 milímetros que apareció por sorpresa en  la buhardilla de Ian Blair -ay, las casas de campo inglesas y sus estupendas buhardillas. Hete aquí a todo un veterano del 602 que no tenía ni idea de lo iba a encontrarse en las bobinas aquella y que se llevó la sorpresa de su vida cuando, una vez digitalizadas, vio emerger a sus colegas en acción: dos decenas de misiones entre septiembre de 1943 y febrero de 1944, filmadas con la cámara que los Spitfire llevaban empotrada en el morro y que se activaba automáticamente cuando el piloto disparaba el cañón. Se trataba, dice Meunier, de evaluar las tácticas de los pilotos y el comportamiento en combate de los aparatos. Una película, en fin, que había permanecido oculta los últimos 70 años y que ahora podemos visionar desde el salón de casa en un homenaje íntimo y póstumo a Ken Charney, el Caballero Negro de Malta y, por qué no, el as de la Quera.

[Este artículo se publicó el 17 de junio del 2015 en el diario Bon Dia Andorra]

sábado, 13 de junio de 2015

1860: al garrote por 30 libras

Juan Mandicó, vecino de Canillo, fue condenado a la pena capital y ejecutado el 29 de febrero de 1860. Fue el primer reo que sufrió en Andorra el garrote vil, que en 1854 había sustituido a la horca como método de ejecución. El primero... y también el último. El garrote no volvería a funcionar por aquí arriba: el siguiente condenado a muerte -Manuel Bacó, en 1896- vio en el último momento conmutada la pena por la de prisión a perpetuidad, y Pere Areny fue ejecutado en 1943 por un pelotón de fusilamiento. 



A instancias del Consell, el obispo Caixal instituyó en 1854 el garrote como forma de ejecución en el caso de pena capital, en sustitución de una horca que el Excelentísimo y Reverendísimo Señor tenía por método algo primitivo. Según el prelado, el garrote permitía conciliar "lo últim e inevitable rigor de la justicia ab la humanitat y la decencia en la execucio de la pena capital", en una pintoresa interpretación de lo que es y no es "humanitario". En fin, que el garrote de aquí arriba se conserva hoy en el depósito del servicio de Patrimonio del ministerio de Cultura. A principios de los años 80 apareció por sorpresa en el interior de un cuartucho situado bajo las escaleras de Casa de la Vall que por lo visto utilizaban los verdugos. Hay que tener en cuenta que el garrote original es el artefacto metálico; poste y silla son añadidos actuales. Fotografía: Servicio de Patrimonio.





El notario, Pere Calvet, y el veguer, Don Guillem Torres, son junto con el fiscal -de quien no aparece citado el nombre- los protagonistas destacados del caso Mandicó. Por la causa desfilan una docena larga de testigos, aparte del mismo reo, de cuyas declaraciones se deduce la culpabilidad del inculpado. Hay que decir que entre que es detenido, el 28 de enero de 1859, y la ejecución, el 29 de febrero de 1860, transcurre más de un año. En este caso, como ocurrirá en 1943 con el reo Pere Areny, nadie ejerció por lo visto el derecho de solicitar la gracia para el condenado; Manuel Bacó, en 1896, tuvo más suerte: la pena capital le fue a él conmutada por la cadena perpetua, que cumplió en una prisión frabcesa. Fotografía: Màximus / Fondo Tribunal de Corts / Archivo Nacional de Andorra. 

"Lo dia 27 de febrer del 1860, entre les tres i les quatre horas de la tarda, fou posat en capella en la iglesia de Casa la Vall Juan Mandicó, y lo dia 29 del corrent mes y entre onse y dotse del mati fou executada la sentencia, y entre 5 y 6 de la tarda li daren sepultura a la fosa de la vila de Andorra". Esta es la lacónica nota que da carpetazoal caso Mandicó, por no decir que lo liquida. Que tiene de especial que fue el primer y último agarrotamiento que ha tenido lugar en nuestro rincón de Pirineo. Y eso que el garrote jubiló a la horca en 1854 y estuvo teóricamente vigente hasta que se abolió la pena de muerte por aquí arriba, en 1990. Fue el obispo Caixal quien tuvo la ocurrencia: consideraba por lo visto que el garrote era un método mucho más humanitario que la horca. Mandicó fue, en fin, el único de los cuatro sentenciados a muerte desde 1854 que fue agarrotado: en abril de 1862, un tal Masteü, contrabandista acusado de asesinar a un colega de oficio de quien hemos dado cuenta aquí mismo, fue decapitado a golpe de espadón en la misma plaza de Andorra la Vella. Según la noticia que dio tres lustros después de los hechos el historiado Héliodore Castillon, que muy fiable no parece porque no hay rastro ni de la sentencia ni del caso en el archivo del Tribunal de Corts que se conserva en el Archivo Nacional de Andorra. A Manuel Bacó, el parricida de Escaldes que en 1896 fue condenado por la muerte de su madre, Maria Calbó, la pena le fue conmutada por la de trabajos forzados a perpetuidad. Como es bien sabido, hubo un cuarto condenado a muerte, este ya en el siglo XX: Pere Areny Aleix, otro parricida y vecino como Bacó de Canillo, que sí que fue ejecutado -en octubre de 1943- pero no al garrote sino fusilado.

En fin, que nuestro hombre de hoy tuvo el dudoso privilegio de estrenar el garrote. El tribunal lo consideró culpable de la muerte de Gil Areny, yerno de la casa Marticella de Els Plans (Canillo), la noche del 25 de enero de 1859. Y no vacila: "Vist, ates i considerat tot cuant devia veure's, atendre's i considerarse, declara que deu condemnar com ab la presenta condemna a Juan Mandico, fadrí, pagès de Canillo, segons la pena de mort en garrot vil, que deura ser executada en lo terme de esta vila en lo punt designat per l'execució de la sentencia". Lo firma el veguer, Don Guillem Torres. La sentencia fue reglamentariamente publicada "entre las onse y dotse horas del mati del dia de avui [27 de febrero de 1860, un año y un mes después de los hechos], pel jurat de esta cort, que la ha cridada ab clara e inteligible veu".

El informe del fiscal no deja lugar a la duda desde la primera línea: acusa a Mandicó, que tenía en el momento de los hechos 27 años, de ser "plenament convicte del homicidi alevos comes en la persona del mencionat Gil Areny". Los hechos se remontan a la noche del 25 de enero de 1859: "Després de haber sopat, resat lo rosari y enseñat la doctrina a sa familia", declara la suegra de Areny, Antonia Font, la víctima salió de su casa -Cal Marticella de Els Plans- para dar de comer a los animales. Como tardaba en regresar, "baixa la muller de dit Gil y fila de la declarant y lo troba mort y estes davant la porta del estable, regresant a casa amb gran alarma davant la noticia". Inmediatamente acuden los vecinos, y el primero en llegar es Andreu Rossa, quien depone al día siguiente ante el veguer, Guillem Torres. Y es éste quien ordena al batlle de Canillo "la formació de las diligencias, rebent las declaracions convenients y evacuant las citas dels testimonis". El fiscal no puede evitar la tentación y tira de retórica para explotar el dramatismo del momento: "Pero esta mort, fou natural o violenta? Y en est cas, que causas la produiren, quina clase de medis o instruments emplea lo agresor?"

La víctima, en fin, murió "per un derrame de sanch en las yugulars" y como consecuencia de la docena de cuchilladas en el cuello que le propinó Mandicó, así como de un porrazo que le soltó en la cabeza "con un palo largo y ensangrentado" que los vecinos encontraron "seguint un rastre de sanch y pasos deixat per lo agresor prop del lloch de la ocurrencia". Un tal Joan Bofastar, probablemente médico, que inspecciona el cadáver, cuenta una decena de heridas: "Una ferida grave en lo cap feta amb instrument contundent; altra molt grave en la part superior de la part dreta del costat de la traquea feta mab instrument punxant i cortant; altra també molt grave en la part superior del coll esquerra; tres feridas graves en la mateixa part del coll donades amb arma igual; altra ferida grave en la regó humilical feta també amb instrument punxant y cortant, altra de molt grave en los nas amb instrument contundent y en fi tres feridas leves totas de arma punxant y cortant". El informe forense concluye con la opinión de Josep Rey, médico y cirujano, y Pere Rialp, cirujano, de que "algunas de las feridas descritas son per si solas mortals de necessitat, tant mes quan anaven acompañadas de moltas altras de no tanta gravetat".

El vicario de la parroquial de San Cernín de Canillo, mosén José Campmajor, certifica a instancias del tribunal el 16 de febrero la muerte de Gil Areny, "estado, casado, que falleció de muerte violenta entre las ocho y las nueve del día 25 [de enero de 1859], de edad cerca unos veinte y seis años poco más o menos, hijo legítimo y natural de los consortes Francisco Areny, natural de la Costa, y de Maria Heretes, de la Seo de Urgel" (en castellano, en el original). El vicario termina advirtiendo -como si hiciera falta- que el difunto "no recibió sacramento alguno por ser imprevista su muerte, y se le dio sepultura con misa baja".

El homicida no sólo no tuvo la prudencia de deshacerse del arma del crimen -el día que es capturado le encuentran encima "lo ganivet brut de sanch"- sino que además perdió durante la trifulca el corbatín, que apareció chorreando sangre al lado del cuerpo de la víctima. Por si no fuera poco, el día que presta declaración ante el veguer, inmediatamente después de ser capturado, presentaba heridas en cuello y rodillas. El fiscal rechazó por "ridículas e inadmisibles" las explicaciones que al respecto aportó el reo: que "estaba ple de sanch o gabinet per haber ajudat a sos amos a matar lo tosino", y que las heridas se las había hecho la noche de autos durante un errático periplo entre Canillo y Os, entre Os y Andorra la Vella, y vuelta a Canillo, donde se presenta la noche del 26 de enero "tot ensangrentat, especialment del mich en amunt".

No se acaban aquí los "indicios indubitables" -según el fiscal y el sentido común, claro- de culpabilidad: añade la "mala fama y no bona conducta que [Mandicó] tenia en la parroquia", los antecedentes penales -el reo admite haber birlado algún dinero a un tal Anton del Magistre, y haber estado preso en España por el robo de treinta carneros- y, atención, "a circunstancia de estar devent al difunt trenta lliures". Esto es lo más próximo a un móvil que aporta el fiscal. La conclusión de lo que antecede se veía venir desde el principio. No se trata de un "simple" homicidio, dice el señor fiscal, un lince, sino de una muerte "alevosa", "per haberlo comes en una persona desprevinguda y indefensa", "ab premeditació coneguda y evident", en la "soledat del lloch", y "per haber escollit una hora de nit". La lista de agravantes enterita. Y con voluntad de matar. Dolo, vamos, como deduce "per lo número y gravetat de feridas, per haber esperat una ocasio tan favorable per la poca resistencia que pogue fer el difunt, desarmat y indefens com estaba". Gil Areny fue sin duda víctima de un asesinato. Y el culpable es Juan Mandicó, como se concluye de la "serie de indicis cuasi tots indubitables y evidents" que obran en autor.

Desfilan ante el tribunal varias decenas de testimonios. Y cada declaración es un clavo más en los maderos del garrote: Antonia Farré, la mestressa de casa Call del Font, en Canillo, la casa donde trabajaba como mozo, asegura haberle visto a Mandicó un pañuelo igual al que aparece en el suelo, al lado de la víctima, y que al siguiente de los hechos apareció en casa sin el corbatín dichoso. El marido de Farré, Nicolau Naudí, sostiene que el cuchillo que se le encuentra "es propi de sa casa, reconeguentlo com a tal per haverlo lo declarant treballat". El cerco se va estrechando, y las desposiciones de lo vecinos dejan cada vez lugar a menos dudas. Jaume Font, Miquel Casal y de nuevo Andreu Rossa, los tres que primero llegaron al lugar del crimen, localizan en el prado de la casa Marticella de Els Plans "un tros de pal llargarut y ensangrentat" que otros testigos aseguran que era propiedad de Mandicó, que por lo visto se paseó por medio país con las manchas de sangre y las heridas que se llevó de la pelea: Juan Pintat, vecino de Os, dice que a las 7 de la mañana del 26 de enero -pocas horas después del homicidio- Mandicó se presentó en su casa ensangrentado y con un dedo malherido, y al sospechoso no se le ocurre coartada mejor que alegar que de camino a Os, y a la altura de Bixessarri, se le ha caído encima un muro. En su declaración, Mandicó alega haber ido por  a Os a reclamarle al tal Pintat una deuda en nombre de "la vella Marticella dels Plans", la suegra del difunto Gil; deuda que resulta ser cierta según Pintat. El hombre, sin duda aturdido, aparece a mediodía en la capital y echa un trago en el hostal de Pau Martí, que también repara en las heridas que luce en la cara, el cuello y el dedo índice de la mano derecha. Los cirujanos que lo reconocieron una vez capturado -el ya conocido Rialp y un tal Francisco Rafartés- coinciden con los testigos: Mandicó presentaba cuatro lesiones, una en el cuello producida por instrumento "punxant y cortant"; otra en la rodilla izquierda del mismo origen, y dos más "en lo expressat dit indice de la ma dreta".

El fiscal y probablemente todo el mundo lo ve claro desde el primer moment: ""Esta sang, estas feridas, ¿no son un indici vehement y clar de que lo desgraciat Gil Areny a pesar de trobarse desprevingut i indefens se resisti tot lo posible y lucha hasta caure mort?" El cuchillo que se le incauta es para el perspicaz fiscal otro indicio "indubitable de culpabilitat del reo Mandicó", que se enreda en un ovillo de coartadas a cual más inverosímil: sostiene que la sangre de su cuchillo se debe a haber ayudado a sus amos con la matanza del cerdo, y al carnicero de Canillo a despellejarlos, excusa "ridícula e inadmisible", rebate el fiscal, "cuant l'últim tocino que es mata en sa casa lo fou quinse dias abans del dia de la desgracia". Y en un último y poco convincente intento, a la pregunta de por qué cree que ha sido conducido ante el tribunal, responde el hombre que por el asunto del tal Anton de Magistre. El alegato final es demoledor, y lo cierto es que lo tiene fácil, por no decir chupado, acusarlo de homicidio con los agravantes de alevosía, "per haberlo comes en una persona desprevinguda y indefensa", premeditación "coneguda y evident", dice, y nocturnidad, "per la soledat del lloch y per lo haber assaltat una hora de nit".

Así que el fiscal pide la única pena que cabe al caso: la de muerte, aparte las costas ocasionadas "en la present inquisició", en lo que a todas luces parece un exceso de celo leguleyo: difícilmente cabe pensar que el desgraciado Mandicó tuviera pecunio suficiente para cubrir los 193 duros a que -enseguida lo veremos- subió la minuta del caso. El Tribunal de Corts lo vio igual de claro. "En garrote vil y por mano de verdugo". Y así fue. No sabemos dónde -quizá en la misma plaza de la capital donde se leyó públicamente la sentencia "ab clara e inteligible veu", quizás en el cementerio, o puede que en la intimidad de la Casa de la Vall- pero lo cierto es que Mandicó murió agarrotado "entre las 11 y las 12 del 29 de febrero de 1860", en la primera y última vez que rechinó el garrote vil que ven aquí arriba.

Lo que costaba una ejecución: 193 duros
El expediente del caso Mandicó conserva una detallada nota con la relación de gastos generados durante los trece meses que se alargó la instrucción, entre el 26 de enero de 1859 y el 29 de febrero del año siguiente. La minuta más onerosa la presenta el notario, Pere Calvet, que asiste a las declaraciones y las transcribe extensamente: 48 duros. Le sigue, atención, el verdugo, que contra todo pronóstico -recordemos que el reo fue agarrotado- no es español sino que hubo que ir a buscarlo a Francia -por cierto: el hombre que fue a buscarlo, no sabemos dónde, recibió 2 duros y 12 reales. El verdugo, en fin, se embolsó por sus servicios 26 duros, más un complemento de 16 reales "por los días que está tancat"; al veguer, don Guillem Torras, le tocaron 7 duros y 12 reales; los carpinteros, menudo trabajito, se llevaron seis duros más por arreglar el cadalso, un duro con ocho reales suplementarios por la -ejem- caja donde depositar el cuerpo del reo tras la ejecución, y otro duro con cuatro reales "per engrandir els forats dels seps". Los guardias que custodiaron a Mandicó los tres días que estuvo en capilla recibieron dos duros, y por el transporte del cuerpo hasta el cementerio hubo que abonar un duro y 12 reales. La factura incluye incluso la nota por "desfer y portar lo cadalso en Casa la Vall": un duro y doce reales. En total, 193 duros con 17 reales. Y queda la duda de dónde estuvo recluido Mandicó durante los trece meses que transcurrieron entre la captura y la ejecución.

[Este artículo es una versión ampliada del que se publicó el 13 de octubre de 2014 en el Diari d'Andorra]

martes, 9 de junio de 2015

Los vencedores de Enigma, fugitivos pirenaicos

Dos de los tres matemáticos polacos -Marian Rejewski (1905-1980) y Henryk Zygalski (1907-1978)- que descifraron la criptografía nazi a principios de los años 30 fueron capturados por la Guardia Civil en Puigcerdà (Gerona) cuando huían de la Francia ocupada: fue el 29 de enero de 1943; el tercero, Jerzy Rozycki, había muerto en enero de 1942 en el naufragio del Lamoricière en aguas de las Baleares.


Arriba, Marian Rejewski, que en 1932 realizó una réplica de Enigma; como sus compañeros, Jerzy Rozycki y Henryk Zygalski (abajo), fue reclutado tras licenciarse en Matemáticas en la universidad de Poznan por la Oficina de Criptografia del Estado Mayor polaco; tras la guerra regresó a Polonia, trabajó como contable y no reveló su pasado como criptógrafo hasta 1967; Zygalski, por su parte, se estableció en la Gran Bretaña y se consagró a la docencia: fue profesor de matemáticas en la Universidad de Surrey. Fotografías: Wikipedia.


29 de enero de 1943. Dos fugitivos agotados, asustados y esquilmados son capturados por la Guardia Civil en la localidad fronteriza de Puigcerdà (Gerona). Son polacos y hace tres meses, desde que en noviembre del año anterior los alemanes han ocupado lo que quedaba de Francia, pululan arriba y abajo, adelante y atrás, buscando el momento de cruzar la frontera por los Pirineos y ganar la neutralidad española: desde Uzés, en el Languedoc, hasta Niza, y desde Niza a Cannes, Antibes, de nuevo Niza, Marsella, Tolosa, Narbna, Perpiñán y finalment Ax-les-Thermes, la última población francesa antes de la frontera andorrana. Parece que por fin han llegado al fin del periplo. Y es en Ax donde se hacen con los servicios de un guía paa que los ayude en la última etapa: el salto a España.

Pero no tienen suerte: el guía que el destino les depara es uno de los infames espavilados que se dedican a desplumar a los desgraciados que, como Rejewski y Zygalski, caen en sus garra: a punta de pistola les despoja de sus últimas pertenencias de valor y los abandona a medio camino. Pero aquí sí que se reencuentran con la fortuna: otros en su misma situación vuelven desorientados al punto de partida para caer en manos de los alemanes o, pero aún, se extravían en la montaña y nunca más vuelve a saberse de ellos.. Eso, si el guía de turno no los liquida en las mismas montañas para no dejar rastro, como Lázaro Cabrero.

En fin, que nuestros dos hombres de hoy han tenido la relativa suerte de ser sólo atracados por su guía, y de ir a darse de cabeza con la patrulla de la Guardia Civil de Puigcerdà, que los empaqueta inmediatamente para Bellver y, de aquí, a la Seo, donde se encuentra la prisión del partido. Aquí se quedarán hasta el 23 de marzo, cuando son transferidos a Lérida, punto de encuentro de todos los fugitivos capturados en la provincia bajo la acusación de "paso clandestino". De fronteras, se entiende. Volveremos enseguida a Lérida para seguir la pista que los conducirá hasta Londres. Pero, ¿quiénes son, Rejewski y Zygalski, estos dos polacos de quien jamás habíamos oído hablar? Pues ni más ni menos que dos héroes (semi)olvidados de la II Guerra Mundial: ellos dos, junto con un tercer hombre -el también matemático y también polaco Jerzy Rozycki, fallecido en enero de 1942 en el naufragio del transporte de pasajeros Lamoricière, en aguas de las Baleares- tuvieron una participación decisiva en la reconstrucción, primero, y el descifrado, después, de las primeras máquinas Enigma, el célebre artefacto supuestamente inviolable que el ejército y la marina alemana utilizaban para encriptar (y desencriptar) sus mensajes.

La historia que cuenta Imitation Game, vaya, con la particularidad de que la película británica sigue la vida y milagros del muy mediático Alan Turing, la estrella polar del equipo de criptógrafos que desde el cuartel general de Bletchley Park luchan contra reloj y a mayor gloria de Su Graciosa Majestad para descifrar las nuevas y cada vez más sofisticadas versiones de Enigma, mientras que pasa de largo por los antecedentes polacos de una gesta que, al decir de ciertos historiadores, abrevió dos años el desenlace de la guerra.

Héroes (semi)olvidados
El descubrimiento se lo debemos, como es habitual en el negociado de la II Guerra Mundial y alrededores, a Claude Benet, aquí en funciones de historiador emérito, preso de legítimo entusiasmo por el hecho de que dos personajes clave en la derrota de Hitler fueran a parara a la prisión de la Seo, qué pequeño es el mundo, y quién sabe si con deriva andorrana incluida: "Una vez en Ax, no es gratuito pensar que pudieran pasar por Andorra o que el guía que los traicionó fuera conocido de los Forné, Molné, Solá y compañía". Quizás uno de los aragoneses con los que Baldrich pasó en cierta ocasión por el pico del Port Negre y le indicaron el lugar exacto donde habían esquilmado y liquidado a una pareja de judíos. Quizás. Rejewski, Zygalski y Rozycki tuvieron en los primeros años 30 un papel destacadísimo cuando, tras pasar por la Universidad de Poznan fueron reclutados por la Oficina de Criptografia del Estado Mayor polaco: Rejewski construyó en fecha tan avanzada como 1932 una réplica de Enigma, mientras que Zygalski y Rozicki idearon un método para descifrar los famosos y diabólicos rotores del artefacto.

Con la invasión de Polonia, el 1 de septiembre de 1939, los criptógrafos polacos fueron inmediatamente evacuados a Francia en un tren especial, y en septiembre de 1940 los encontramos en una base secreta camuflada en el castillo de Fauzes, en Uzés, hasta que la ocupación de Vichy, en noviembre de 1942, los obliga a huir. Ya saben: Niza, Cannes, Antibes, Niza, Marsella, Tolosa, Narbona, Perpiñán y Acs. Los reencontramos en Lérida, en la especie de prisión habilitada en el Seminario Viejo que Alberto Poveda describe en Paso clandestino. Pero no se quedarán ahí por mucho tiempo porque, dice Benet, el MI6 -el espionaje exterior de Churchill- mueve cielo y tierra para recuperar a estos dos hombres: el 4 de mayo salen rumbo a Madrid; el 21 de mayo, hacia Lisboa, y el 3 de agosto llegan a Londres tras hacer escala en Gibraltar, para incorporarse a las filas del ejército polaco en el exilio, en labores de inteligencia de segunda fila.

Terminada la guerra siguieron trayectorias diversas: Rejewski regresó a Polonia, ejerció de contable y no dijo ni pío de su trabajo como criptoanalisa hasta 1967; Zygalski se estableció en la Gran Bretaña y se consagró a la docencia -profesor de matemáticas- en la Universidad de Surrey. En el 2000 recibieron a título póstumo la máxima condecoración civil polaca, y su epopeya la recoge Sekret Enigmy, ignoto largometraje estrenado en 1979 que no tuvo ni remotamente la fortuna mediática de The Imitation Game -¡era polaco!- y que quizás deberíamos recuperar. Así que cualquier día de estos volvemos a la carga.

Sánchez Agustí pone nombre a víctimas y verdugos de las evasiones en la Guerra Civil
Empecemos por el final, con la desventurada expedición que terminó trágicamente el 5 de marzo de 1938: cinco hombres -los hermanos Antoni y Agustí Codina, de Hortoneda de la Conca (Lérida), y Josep Estrada, Antniet Batalla y Ramón Castejón, los tres de Vilanova de Meià (Lérida)- intentan pasar a Andorra huyendo de la Guerra Civil, como tantos otros antes, y tantos otros después. Lo hacían con la ayuda del guía Joan Guitart, que lo había recogido en Isona. Y todo parecía ir bien; tan bien, que cuando descendían por el barrando de Llimois, en dirección a Bixessarri -ya en Andorra- fueron descubiertos por una patrulla de carabineros. Guitart pudo escapar de milagro, pero sus clientes cayeron "al pie del Bony dels Tres Culs, en el camino de Civís hacia Os". Fueron fusilados sin contemplaciones allí mismo, en los cortals de Serbellà." Los cuerpos fueron recuperados los días siguientes por Vicenç Baró y Joan Reig, ambos vecinos de Os, y enterrados en el cementerio de esta localidad. El funesto desenlace de esta expedición lo recoge el historiador barcelonés Ferran Sánchez Agustí en La Guerra Civil al Montsec, que llega la semana que viene a las librerías, y una auténtica mina que en el capítulo dedicado a la etapa final de las evasiones por Andorra -Del Rialb a les Valls de Valira, carrefour d'evasió, por i mort- pasa luctuosa lista a una treintena de casos como el del grupo del guía Guitart, la mayoría -religiosos, carlistas, disidentes, desertores o simplemente desafectos que huían de la España republicana- víctimas de los carabineros.

[Este artículo se publicó el 9 de junio de 2015 en el diario Bon Dia Andorra]

viernes, 5 de junio de 2015

Vivir y morir en los años de la peste

Los historiadores Valentí Gual y Jordi Buyreu avanzan las primeras conclusiones del estudio sobre la demografía andorrana entre los siglos XVI y XIX; el país calca los patrones y tendencias de las comarcas y valles vecinos excepto en un aspecto: la peste y otras enfermedades epidémicas tardaban una media de dos años en cruzar el cordón sanitario que las autoridades locales establecían en las puertas del país para evitar el contagio. Unas medidas de eficacia limitada, porque la peste terminaba imponiéndose, y con efectos igual de devastadores que en casa del vecino.

"Vui a catorse de juliol de mil sis cents y vuit, aresta lo concell que de esta hora en avant se tinga guardes a Soldeu y també a Llorts". Guardias de ocho días en las que se iban a suceder, por lo que respecta a la zona de Soldeu, un tal Pallarés de Encamp, un Vidal de Prats y un Areny, también de Encamp, mientras que por el lado de Llorts el muerto les toca a un Giberga de la Aldosa, a un Babot de Ordino y a un tal Jovany de quien no consta vecindad. Parece que se ha declarado una epidemia de peste en la Arieja, y el Consell toma las medidas profilácticas habituales en estos casos: sellar la frontera e impedir el paso de los forasteros "encara que portant certificatorias". Lo cuenta en documento número 1.165 del Archivo Nacional.

El cordón sanitario se relajará esta vez muy pronto -"Aresta que de avuy endevant no.s tinga sino una guarda a Llorts y altra a Soldeu y Pradaderodo, y asò per lo morbo, en pena del quot de la terra", decreta el Consell tres semanas después- pero constituye la prueba documental de una de las particularidades de la historia demográfica de nuestro rincón de Pirineos: el cierre más o menos hermético de las fronteras retrasaba la llegada de las grandes epidemias de peste que hasta el siglo XVIII castigaron Europa Occidental de forma recurrente. Y aunque la alarma de julio de 1608 solo se prolongó por espacio de dos meses, "lo morbo" tardaba una media de dos años en cruzar la frontera.

El problema era previsible: mantener un retén de guardia era caro. Cuando la vigilancia se relajaba, cosa que acababa pasando, la peste aprovechaba para colarse. Y lo hacía, de esto no cabe la menor duda, y enseguida lo comprobaremos. Pero este retraso es precisamente uno de los fenómenos mas interesantes -y diferenciales- que ha constatado el historiador tarraconense Valentí Gual, y una de las conclusiones del Estudi demogràfic de l'Andorra moderna -es decir, entre 1563, cuando el Concilio de Trento instituye la obligatoriedad de los libros de bautismos, matrimonios y defunciones, y 1838, fecha del primer censo moderno, obra de fra Tomàs Junoy- que todavía tardará un curso en completar.

Pero hablábamos de la peste negra. Y no nos engañemos: la Humanidad no ha tenido enemigo más letal ni peligroso. Ni el Sida, ni el Ebola, insiste Gual: sostienen los epidemiólogos que la peste ha sido la única enfermedad que hubiera podido liquidar a la especie humana. La buena noticia es que la última aparición estelar del bacilo en Europa se remonta a 1725, en la zona de Marsella, y que nunca más ha rebrotado con la virulencia y morbilidad de siglos anteriores. Pero subsiste en determinadas zonas de África y de Asia. En fin, nada mejor que una ducha de datos para comprender el alcance de la amenaza que representaba la peste: en 1590 se registraron en Encamp 13 defunciones, cuatro veces la cifra anual ordinaria. ¿Culpable? La peste. Un siglo más tarde es la capital, Andorra a Vella, la que sufre el devastador azote de la epidemia: de una media de 25 óbitos anuales, en 1694 pasa a 76. De nuevo, la peste, que hace de las suyas. Son los que Gual denomina, de forma gráfica, "años de mortalidad catastrófica".

Vivir hasta los 60
Será, en fin, la retirada de la peste uno de los grandes argumentos que explican la explosión demográfica del siglo XIX, con un descenso acusado de la mortalidad y el mantenimiento de altísimas tasas de natalidad. Pero esta es otra historia. Volvamos atrás: sostiene Gual que la demografía andorrana de los siglos XVI, XVII y XVIII se mueve en los parámetros habituales de las regiones vecinas. Es decir, una natalidad elevada, entre el 35 y el 45 por mil -para hacernos una idea, en Europa Occidental hoy no supera el 10 por mil- con una mortalidad que rozaba el 25 por mil -hoy, el 3,5 por mil- pero que escalaba hasta un dramático 450 por mil en el caso de niños y jóvenes -hoy oscila entre el 20 y el 25 por mil. Esta última variante, la mortalidad infantil, es la principal diferencia entre la demografía moderna y la contemporánea, concluye.

Aventura el historiador, basándose en unas primeras proyecciones a partir del número de bautismos registrados en el siglo XVIII, que la población de Andorra oscilaba entre los 4.000 y los 5.000 habitantes; que Sant Julià de Lòria y Andorra la Vella concentraban la mitad de la población total, y que las parroquias altas -la Massana, Ordino, Encamp y Canillo- mostraban una clara tendencia a la endogamia que se traduce, dice, en el sistema de patronímicos y alias que se repiten una generación tras otra. En este punto, Gual y su colaborador, el también historiador Jordi Buyreu, tienen entre manos un proyecto tan fascinante como monumental: reconstruir a partir de los libros sacramentales ni más ni menos que la genealogía de las familias que vivieron por aquí arriba durante este período: "Es el único país de Europa donde algo así es posible", advierte. Y calcula que entre 1563 y 1838 les saldrán entre 70.000 y 80.000 personas: curiosamente, la población de Andorra en la actualidad.

Más cifras: según los casos estudiados -de momento, una parte ínfima del total- los hombres se casaban a los 24 o 25 años; las mujeres, un poco antes, a los 21 o 22. Y tenían entre 8 y 10 hijos por pareja: tres, cuatro, incluso cinco de ellos no llegaban a la edad adulta: "Eran familias prolíficas, es evidente, pero no numerosas". Con estos devastadores índices de mortalidad infantil, no es extraño que la esperanza de vida no superara los 30 años. Pero es una cifra engañosa: pasada la primera infancia, pongamos que los 5 años y de largo la etapa más vulnerable, nuestros tatarabuelos podían razonablemente esperar vivir hasta los 60 años; hasta los 70 con algo de suerte. "Nos falta comprobar si existen diferencias substanciales entre hombres y mujeres a la hora de morir -en Cataluña se han obtenido resultados contradictorios- y también entre parroquias, y en el caso de que las haya, proponer una interpretación", dice Gual.

También les interesa la estacionalidad. Es decir, la época del año en que se concentraban las defunciones: de momento, se ha confirmado que los picos de mortalidad infantil se registraban en verano, mientras que en los adultos se repartían durante todo el año... excepto en caso de peste, que por lo visto tenía especial predilección por la primavera y el verano. ¿Y de qué moríamos, por aquí, hace tres, cuatro siglos? Los registros callan, en este punto; los libros de óbitos se limitan a decir en la inmensa mayoría de los casos que el difunto ha fallecido de muerte "natural", y solo en caso de muerte accidental o violenta el párroco de turno se digna a registrar las causas. Porque sí: había en Andorra muertes violentas. Entre tres y cuatro por década, a finales del XVII, dice Gual. Pero todo esto es solo el entrante. Para que vayamos salivando. Gual y Buyreu han descubierto una mina. En unos meses, más.

[Este artículo se publicó el 3 de junio de 2015 en el diario Bon Dia Andorra]